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Una hora en la casa de Dios

En la iglesia católica de Santa Rosa de la ciudad de Riobamba los fieles esperan hasta las 19:00 para asistir a la misa del día sábado. Las personas van llegando con una hora de anticipación. La fe es tan grande para ellos que esperan en la puerta de la iglesia rezando. La iglesia se abriría al segundo campanazo a eso de las 18:30. Carmen, la señora que cuida la iglesia, prende las luces poco después del primer campanazo, ella sale y comunica a los fieles que ingresaran más tarde porque no hay  quien cuide la iglesia. Una anciana con un velo negro alrededor de su cabeza le dice que le deje entrar para poder sentarse ya que los reumas no le permiten mantenerse tanto tiempo parada. “¡No se puede madrecita se pueden robar cosas de la sacristía!” le repite Carmen.

Pasados algunos minutos, la tercera campanada llegó y con ella la puerta se abrió, los fieles entraron no sin antes santiguarse y arrodillarse para no faltarle el respeto a Dios y de paso saludarlo. La iglesia se llenó en menos de 10 minutos. Los fieles cargaban en sus manos crucifijos, rosarios y biblias. Ellos vestían de colores oscuros las mujeres con un velo negro alrededor de sus cabezas y hombros. Los hombres lucían sombreros de paños de tonos cafés y negros. La mayoría de fieles tenían más de 40 años, algunos asistían con sus nietos, tal vez, para que le acompañen o simplemente para que conozcan su religión y la descendencia de la misma.

 

La iglesia es grande tiene varias imágenes de santos a los lados. En el centro está Jesucristo crucificado, al lado derecho se encuentra la virgen de la Dolorosa y al otro extremo el niño Jesús. Lo más curioso fue que en el centro de la iglesia había una leyenda que decía “hagan lo que él les diga” acompañado de unos querubines.

Los fieles saben que al comenzar la misa toca la pequeña banda que se encuentra en la parte inferior de la iglesia. Al empezar a entonar la guitarra, el bajo, la batería y la infaltable pandereta se sabe que el padre de la parroquia esta por salir. Todos sin excepción se paran hasta aquella mujer con muletas pues le hace falta su pierna derecha. El respeto esta infundido en todos, ni se escucha más que el ruido de los carros al pasar en la avenida Rumiaco y la banda musical.

El padre entra al altar con una sotana completamente blanca y en su pecho una cruz dorada. El usa unos lentes negros y un par de zapatillas deportivas debajo de aquel manto que apenas se lo deja ver. Coge el micrófono y comienza a decir “hermanos la palabra del Señor este con ustedes” y todos como en coro le responden “y con tu espíritu”.

Los canticos siguen acompañado de dos voces femeninas de la banda musical, un poco desafinadas en agudo pero no tan desagradables al oído, y de las voces de todos los fieles. Mientras los canticos siguen, el padre se pone de espaldas para mirar al cielo y al santísimo. Se pasa por toda la iglesia “el dominguero” unas hojas que contienen el desarrollo de las lecturas según San Lucas que les toca decir en éste día de ceremonia.

Pasan los minutos, se hacen las lecturas y el padre da un discurso, un poco acosador, a los fieles de no perder la fe y no dejar de asistir a la santa iglesia católica pues en el día final el libro de la vida les juzgará y no serán salvados. Surgen los rezos antes del “yo confieso”. A la mitad de la misa suena una campana que toca tres veces y los fieles dicen “Señor mio, mi Dios mio” se quedan en silencio.

 

Con la frase “pan de vida y cáliz de salvación” el padre anuncia a los fieles que llegó la hora de comulgar, recibir el cuerpo de Dios en su ser. Unas 20 personas se paran a comer la ostia con el vino para tratar de salvarse con esa acción. Asimismo, los demás están parados, cantando y con las palmas arriba junto con la banda musical hasta que termine la comulgación. Terminado esto, el padre da la paz, la oración del Padre Nuestro y  la bendición a sus fieles. “La bendición del señor este con ustedes” proclama el párroco y con emoción, pues eso es lo que esperan mucho para comenzar de nuevo la semana, alzan su mano con devoción y se santiguan. “Poder ir en paz” la misa ha finalizado. Y los fieles con una felicidad y llenos de fe se retiran a sus casas después de haber pasado una hora en la casa de Dios.

Realizado por Érika Posso

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