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“SI NO HAY TRAGO LAS VENTAS BAJAN”

La noche es fría. El viento sopla de manera violenta. A pesar de ello miles de personas se encuentran alrededor del escenario. En el, los artistas deleitan al publico con sus canciones. Los artistas y los espectadores se unen en un solo grito “Viva Quito”. Los aficionados gritan y aplauden. El concierto de Gilberto Santa Rosa fue un éxito total. Ni el frio ni la noche impidieron que la gente acuda al concierto. “Que bien estuvo la música, una máquina” comenta Valeria Benalcazar, quien asistió a la Feria de Quitumbe acompañada de su familia.


La salida es lenta y demorosa. Por las puertas de salida no caben todas las personas. Por esta razón antes de la salida se instalaron puestos de comida y artesanía para que la gente los visite. “El consumo es bueno, si nos ha ido bien gracias a Dios” afirma Diego Torres, vendedor de comidas. Sin embargo para los vendedores informales la situación es diferente.


En la calle el ambiente cambia rápidamente. El estar dentro o fuera es como ser un antónimo, un antagonista. Los puestos de venta no son los mismos. Las pocas mesas que se observan lucen vacías. Las parrillas están semiapagadas. Las ventas son casi nulas. Por ello prácticamente los vendedores buscan vender lo que más puedan. “Cigarrillos, chicles, venga a los pinchos” son las voces que se escuchan.

 

Entre estos vendedores informales se encuentra Blanca Narváez. Ella tiene 58 años, de contextura física gruesa. Las arrugas en su rostro demuestran sufrimiento y esfuerzo. Sus manos están manchadas de carbón. Desde hace 10 años trabaja como vendedora de comidas. Ella decidió crear su propio negocio pues tenía que mantener a sus tres hijos. “Mi situación fue difícil, mi marido me abandono, pero no importa sola he salido adelante” comenta con tristeza Narváez.


Su puesto de comidas se encuentra en una esquina. La luz es tenue quizá reflejando su día. En el lugar se observan un par de mesas y unas sillas. La cocina esta casi prendida para que se mantenga caliente el arroz y el seco de pollo. “No hemos vendido mucho, pero bueno lo que Diosito de se le agradece” afirma la vendedora. Su cara muestra tristeza. Sus ojos se iluminan cuando una persona se acerca a su puesto. Lastimosamente es solo una ilusión. La persona se acerca y tan solo pide información para llegar a cierto lugar. “Disculpe veci, como puedo llegar a Guajalo” pregunta el sujeto. El rostro de la señora cambia. A pesar de ello, Narváez le regala una sonrisa y responde “vera hijito coja un bus que vaya por la oriental o sino más fácil coja taxi”. “Gracias señito” agradece el sujeto mientras se despide.


De los miles de personas que existían hace un par de horas ya no quedan más que 500 o 600 personas. Para el negocio de Narváez, las cosas no mejoran.  En casi 14 horas que lleva en el sitio apenas ha vendido 35 dólares. Narváez se muestra un poco resignada. “Cada año las ventas disminuyen, será porque adentro mismo comen, yo no sé, pero mi comida es riquísima para que” comenta la vendedora. Además Narváez también menciona que “desde que sacaron eso de vivamos las fiestas en paz las cosas cambiaron, claro que es bueno pero si no hay trago las ventas bajan”.


El proyecto de Vivamos la Fiesta en Paz fue puesto en prueba por el municipio. Con el objetivo de disminuir el consumo de alcohol y todas sus consecuencias. En el tiempo que se lleva esta campaña el consumo ha disminuido notablemente.


Mientras tanto sus dos hijos de 10 y 13 años respectivamente, se muestran cansados. En la parte posterior del puesto de comida improvisan una cama con una colchoneta y un par de cobijas. “Mami mañana adonde vamos, hay que quedarnos en la casa mejor” comenta Jacinto mientras acaricia el rostro de su madre. En esa cama improvisada cierran sus ojos y 10 minutos después se ven dominados por el sueño. Con lagrimas en los ojos y tras darles un beso a sus hijos, Narváez suspira y dice “Yo trabajo por ellos, mis hijos son mi vida”


El reloj marca la 4:00 de la mañana. Ya cansada Narváez llama por teléfono a su primo. En 45 minutos llega al lugar. El puesto rápidamente se desarma y empiezan a subir las ollas, platos, la cocina en una camioneta. El día aunque malo a terminado. Narváez sube al auto, se persigna, regresa a mirar atrás, quizá para agradecer a Dios o quizá para pedir que las ventas aumenten en los próximos días.

Realizado por Jonathan Arias

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