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Un día como externo

Soledad en Quito

Entra a la habitación, viste un mandil blanco, como todos los demás doctores, en el bolsillo delantero lleva el sello de la Universidad Central.

Está cursando el 8° semestre de medicina.

Se acerca a una camilla de metal, está al lado de la ventana. Sobre ella una jovencita, de cabellos negros, ojos del mismo color que miran

a su alrededor y desearían estar fuera, en su casa, en la playa.

 

A su lado una dama, de cabellos rizados y oscuros, opaco, lleva una chaqueta café y unos jeans, está sentada en una silla negra al lado de su

hija. Sonríe como si tras esa risa estuviera un  mar de lágrimas que no desea sacar a flote, como si fuese a explotar una cascada de agua

silenciosa en varios segundos más.

 

La dama se pone de pie, dispuesta a retirarse.

 

-Ya regreso doctorcito, se la encargo un ratito.

 

-No se preocupe señora vaya nomás –respondió.

 

-Ya regreso mija, exclamó mientras caminaba hacia la puerta.

 

Agustín está parado junto a la camilla de metal. Mira  a la joven, esta también lo mira. Después de unos segundos empieza a revisar su historial.

 

-Doctor, ¿cuánto tiempo me voy a quedar aquí?-preguntó Jessenia.

 

-No lo sé, contestó Agustín, pero esperamos que salgas lo más rápido posible para que puedas volver a tu casa.

 

Regresó la madre y el hombre se retiró.

 

Con la cabeza inclinada, sus ojos casi cerrados, las manos humedecidas y temblorosas, se dirigió a la sala de espera, tomó asiento, y dio un suspiro.

 

Tiene un soplo al corazón, dijo, en baja voz, como si alguien no debiera escucharlo. Necesita urgente un trasplante de corazón, y eso es muy difícil

de conseguir, continuó. Me siento mal por no poder ayudarla, es muy joven, dijo.

 

Lleva un año como practicante en el Hospital Eugenio Espejo, y cada vez que no está en sus manos el poder ayudar a las personas, tiene la

misma expresión.

 

Una vez, cuenta Paredes, una señora necesitaba cinco dólares para unas medicinas, yo le di ese dinero, la señora me agradeció de corazón lo que

yo hice. Me sentí bien, pero a la vez mal, hay personas que por no tener cinco dólares no pueden sobrevivir.

 

Los médicos, se han vuelto insensibles, dice Paredes, yo no quisiera ser así, a ellos les da lo mismo las necesidades de los pacientes, es como

si fuesen ajenos a ellos.

 

Su aspiración es obtener su título, especializarse en cirugía y no perder es pasión que siente por la medicina y ese deseo de servir y ayudar

a los demás.

Realizado por Diana Banda

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