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Entre Rejas por Venganza

Suena  ​la puerta de la oficina del Pabellón B del Centro de Rehabilitación de varones No 1, Tulcán está en el escritorio. Escucha música electrónica. Tira de la cuerda verde que abre una puerta negra. Un hombre de aproximadamente 1,50 metros de altura, contextura gruesa, cabellos rizados y alborotados entra. Su nombre es Gabriel Bolívar Franco.

Suelta su chaleco sobre la mesa de madera. Camina hasta la esquina del escritorio cabizbajo. Da dos pasos más, levanta la cabeza y mira a la persona que lo está esperando.

-          ¡Me olvidé que tú venías hoy! Se acerca con una sonrisa y saluda con un abrazo. Si me hubiera acordado me habría peinado. Estoy “talco”… tal como me levanté.

Toma una silla de plástico blanca. La coloca frente a ella. Se alza el pantalón jean, de color celeste, baja su camisa del  mismo material y color del pantalón, como queriendo arreglar un poco su apariencia. Se sienta, pasa sus manos sobre su cabello, para disimular lo despeinado que está, pero sus rizos no se asientan, son rebeldes.

-          ¿Tú buscas historias, verdad? Te cuento la mía.

Nací en la provincia del Guayas. Tengo 14 hermanos, pero no me llevo con ninguno.

Nunca viví con mis padres, me crié con mis abuelos, ellos me dieron todo, no me hizo falta nada. Yo era el consentido. Nunca me pegaron, me castigaban quitándome el play station, la televisión o el computador.

Cuando tuve 13 años salí de mi casa porque mi abuelo murió. Me fui a trabajar con mi primo en mecánica industrial, me pagaba 40.000 sucres a la semana, pero me  maltrataba y me salí. Yo creo que lo hacía por resentimiento. Porque un día, en una reunión familiar, estábamos jugando todos los primos pequeños a los policías y ladrones. Y un tío tenía un revolver. Mientras jugábamos mi primo se acuerda de la pistola y la va traer, para jugar, pero

vino otro primo, se la quitó,  le disparó. Él era el hijo de mi jefe. Murió. Nadie tuvo la culpa.

Después trabajé igualmente en mecánica industrial, mi jefe era Modesto Vera. En Babahoyo hay un estadio que se llama Jorge Vera Yépez, él es su tío. Eran personas importantes. Ahí me pagaban 10 dólares semanales.

Suena la puerta, Tulcán vuelve a tirar la cuerda, es un hombre negro, delgado, de más de 1,70 metros.

-          Franco, necesito…

-          Ya ya…  vente en una media hora.

-          Bueno. Se cierra la puerta.

Viví en Atacames, ahí tenía una vida de joda. Como tenía buenos trabajos y ganaba bien, podía disfrutar sin preocupaciones.

Mi padrino era Eduardo González, del caso Fybeca, él quiso meterme a la policía. Estuve en el destacamento Delta 3 meses y ya iba a entrar a la Escuela Superior de Policía. Pero por un accidente que tuvimos en un patrullero, que nos llevamos para ir a joder con unas amigas, no pude ingresar.

A los 18 años se mudó a  Quito, a vivir con su hermano mayor.

Suena de nuevo la puerta, esta vez es un hombre blanco, de 1,70 metros. Está sin camiseta. Me mira, cierra la puerta apurado, no entra.

-          Es que no pueden entrar sin camiseta, dice Franco con una sonrisa.

No me llevaba bien con mi hermano, me tenía envidia, porque “yo subía como la espuma” en cualquier lado donde ingresaba a laborar. Trabajaba en Elegans, una empresa de muebles que queda por la Plaza de Toros. Como en todo lado, me ascendieron rápidamente.

Salía con una chica de Baños, que me presentó un amigo. Era de anaco, pero muy hermosa. Siempre he tratado bien a las mujeres. Soy su príncipe azul. Y ella no era la excepción. La traje a trabajar con mi hermano, en su casa. Pero él  empezó a meter cizaña y ella se regresó a su tierra.

Luego conocí una chica por internet, llevábamos saliendo seis meses y me llevó a su casa, para presentarme a sus padres. ¡Qué me iba a imaginar que su mamá era la empleada de mi hermano! Me quedé frío. Porque yo había tenido una relación con ella. Me llevó a hablar a solas y me dijo que iba a sacrificar su felicidad por la de su hija. La señora estaba enamorada de mí.

Todo estaba bien, hasta que nos encontró en su cama haciendo el amor. Ahí empezó todo. Me dijo que así como me había querido tanto, me iba a odiar.

-          ¡No voy a descansar hasta que te separes de mi hija! Me dijo.

Pum, pum. Abre la puerta. Un hombre de edad avanzada, cabello largo, canoso, y varias arrugas en el rostro entra. Viste una camiseta amarilla con franjas verdes. Pregunta por la lista (lista de personas que quieren ser atendidas por abogados para tramitar prelibertades, rebajas de pena, etc.).

-          Me la devolvieron, dice Franco, no sé por qué. Pero ya voy a hablar.

-          ¿Por qué dicen que van a atender si no lo van a hacer? En todo caso digan que no y no hacemos el intento. Reclamó el hombre un poco enfadado. Sale de la oficina.

Bueno, Paulina (mi novia) se quedó embarazada, empezó a tener problemas en la casa y nos fuimos a vivir juntos. Cuando estábamos sacando las cosas llegó la mamá, cogió un cuchillo y me atacó. Le hice soltarlo y le di una cachetada porque quiso pegarle a Paulina. Después de un momento llegó el hermano, la madre se hizo la víctima y él vino “hecho Goku” a pegarme.

 

Saqué un pelador de papas, de esos que venden en el Supermaxi, que terminan en punta y le piqué tres veces. Por suerte estaba con una faja de yeso, pero aún así le traspasé. Cogimos las cosas y nos fuimos.

 

Nos fuimos a vivir por el valle, en Selva Alegre. Ahí trabajaba en varios lugares y tenía dos locales, el uno de CDs y el otro de cortinas y edredones.

Ganaba mucho dinero y se me subieron los humos a la cabeza. Me volví una persona plástica. Comencé a “sitiar” lugares costosos.

 

El 28 de septiembre del 2007, cuando fueron las votaciones por la Asamblea Nacional, estaba en el local de CDs, les pedí a los chicos que cierren porque no estaban buenas las ventas. Subí al cuarto piso a verles a mi mujer y a mi hijo. Íbamos a salir. Le cogí de la mano al “bebe” y bajamos las gradas. No me di cuenta que mi cordón estaba desatado.

 

Con lágrimas en los ojos, agacha la cabeza. Se ve su tristeza, el dolor que siente al recordar la escena.

Me tropecé, yo rodé las gradas y mi hijo cayó al vacío. Abajo había una jaba de cerveza sobre una mesa y al lado una piedra grande. Cayó sobre la jaba rebotó hacia la piedra. Lo llevamos al hospital. Tenía una laceración interna y  derrame, también interno. No se dieron cuenta de eso y murió.

 

“La muerte de mi hijo fue anunciada”, afirma Franco. Los montubios tenemos la creencia de que si una lechuza Valdivia está cerca, generalmente anuncia muerte. Yo sé un poco de artes oscuras, magia blanca, para ser exacto. Comencé a hacer un rezo a la lechuza, creí que la había alejado, pero no me di cuenta que nunca se fue.

 

En la morgue mi suegra se puso a hablar “demás” con un policía y nos llevaron a declarar, a mi mujer y a mí. Están acusados por asesinato, nos dijeron al llegar a la Policía Judicial (PJ). Mi suegra había puesto la denuncia.

 

Se llevaron a mi esposa y le dijeron que la única forma de salvarse era declarando en mi contra. Para esto, ella se había enterado que la engañaba con su hermana. Lo hizo, fue la única declaración en mi contra. Pero a pesar de eso, no había pruebas que pudieran culparme.

 

Yo conocía gente importante, tenía más de 60 certificados a mi favor. Al final dijeron que tal vez las tenía amenazadas (a mi suegra y a mi esposa)  y que por eso no se habían acercado a dar la última declaración.

 

Cuando llegué a este lugar, andaba con dos cuchillos, uno a cada lado. Antes yo era “Don Franco”, y eso, aquí, es mucho. Estaba en una banda, éramos cinco, extorsionábamos a otros presos. Les pedíamos dinero a cambio de no declarar en contra de ellos y de no matarlos. Nunca maté a nadie.

Afuera nunca fui así, aquí adentro lo aprendí. Pero cambié por una novia que tuve, dejé todo eso por ella.

 

Ahora soy secretario de la comisión de internos y coordinador de eventos. Cuando salga voy a ponerme una fábrica de camisetas.

Actualmente en el Ecuador existen alrededor de 16.000 presos. Jhon Chimbolema, pasante del departamento de Trabajo Social, afirma que hay varios casos similares, de gente que cumple condenas por actos que no cometieron.

 

No hay datos exactos sobre cuantos internos inocentes están cumpliendo condenas. Pero existen.

 

Fausto Cando, psicólogo, comenta que la mayor parte de personas recluidas voluntariamente, busca rehabilitarse. Asegura que en el 2009 se trabajaba con 9 voluntarios, hoy cuenta con 400 y entre ellos está Franco. “Nuestro Programa plantea el crecimiento y desarrollo integrados en un espacio para que los internos logren redimirse” dijo Cando.

 

Trabajo Social también ayuda con talleres, programas y proyectos para crear un espacio de trabajo y reinserción a los internos. Se da talleres de carpintería, plomería, superación personal, para ocupar el tiempo y ayudar a la formación de los presos e integrarlos nuevamente a la sociedad.

Realizado por Diana Banda

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