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Trabajos destacados de la cátedra de Periodismo II

En el ingreso a la parroquia del Quinche, se anuncia, con crucifijos y escapularios, la llegada a una tierra marcada por la fe católica y las persignaciones que envuelven al ambiente. Con fanatismo y un sentimiento oceánico hacia Dios, los feligreses acuden masivamente a ver a la Virgen del Quinche, con la esperanza de que los sane o simplemente los bendiga para estar bien a futuro.

 

Las misas campales son parte del ritual de fin de semana. Los fieles llegan de varias ciudades para escuchar la palabra de Dios. Tras del templo, está construido un campo adecuado para este tipo de eventos, donde ingresan 10 mil personas aproximadamente.

 

El envolvente aire del sahumerio da cuenta de que estoy en medio de oraciones y pliegos petitorios interminables. Los cánticos sacros y una que otra plegaria de rodillas, me van internando cada vez más al mundo asfixiante de la fe en el Santuario del Quinche.

 

La misa la oficia el padre a cargo de la parroquia, el párroco José Conde Castillo, quien en compañía de 2 obispos más, predica la palabra de Dios hacia miles de creyentes que escuchan la misa pese al intenso sol de medio día y al cansancio por permanecer de pie durante 1 hora.

 

La señora Eugenia García, quien vende recuerdos en el parque central del santuario, con voz baja y recelosa comenta que “les beneficia a todos que hayan misas y peregrinaciones, pues la Virgencita les rinde mucho y así ganan para la comida de la semana”.

 

Me doy las vueltas por todo el templo y encuentro varios puestos de velas, recuerdos, crucifijos, escapularios y demás accesorios religiosos, y entonces me pregunto “¿Es realmente la iglesia y la fe un gran negocio, acaso la fe sólo representa réditos para quienes predican la palabra de Dios?” y encuentro mi respuesta al mirar el despacho parroquial con una fila engrosada de feligreses que pagaban por ofrecer una misa en nombre de algún familiar o una imagen bendita.

 

Acudo a la misa y escucho el mismo sermón y discurso que había oído con atención desde que era niña y antes de replantearme un pensamiento un poco más crítico. Recuerdo el miedo que generaba en mí cada palabra apocalíptica que me condenaba como ser humano y el temor que se reflejaba en la obediencia de los mandamientos religiosos.

 

La cuestión religiosa, en una parroquia consagrada a una imagen, no es cuestionada ni reprochada bajo ningún concepto, la gente tiene miedo de hablar. Trato de entrevistar a varias personas pero se molestan con las preguntas y prefieren decir que Dios es su único camino y le deben mucho respeto.

 

Ingresar a un templo religioso me permitió ver nuevamente, cuántas personas aún no entienden el papel de la iglesia ante el adoctrinamiento, pues su sermón no ha cambiado y continúa manipulando la mente y la moral de las personas, que lastimosamente se ven laceradas por palabras condenatorias.

 

Salir del Quinche y respirar un aire un poco más liberador, me hace adorar mi espacio antirreligioso, donde puedo pensar libremente sin autorecriminarme ni hacerme cuestionamientos que pongan en duda mi identidad.

 

Y entonces, doy gracias por haber quitado de mis ojos una enorme venda religiosa, que sólo me permitía ir en una dirección llena de prejuicios que podrían haber acabado con mi pensamiento libre y enriquecido con muchas cosas más que sólo un discurso religioso plagado de mentiras e imágenes a las que se les rinde culto.

 

"El Axfixiante Mundo de la Fe"

Realizado por  Katherine Jame

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