top of page

Los de Abajo

Los de abajo, así, sin más, es como se refiere a quienes pertenecen a esa clase de gente que no tiene posibilidad alguna de acceder a los beneficios que tienen los de arriba, porque dice que los de arriba, andan diciendo que los de abajo están ahí por vagos.
Soltó una sonrisa entrecortada, no logré definir si era de camaradería o de coquetería, recordamos entre risas y un chocolate programas televisivos, mientras dialogábamos, parte de nuestras infancias, claro, él allá y yo acá. Le pregunté:


- ¿Te acuerdas de “liveman”?


- Claaaarofs, luego daban los “Halcones galácticos”.


- Viiiii ese man, ya ni me acordaba de eso que bacán.


- Ja ja ja…


Siempre con su sonrisa retorcida, como burlándose del dolor, como riéndose de eso que a cualquiera de nosotros, nos hace decir: permiso, salimos al baño, y echamos a llorar. Él no, lo que hace más bien es reírse y decirme: te cuento.


Cuando yo era niño, vivía en Mapasingue, no había plata para un carajo, así que con mis hermanos decidimos hacernos un pastel de periódico, con velas de papel higiénico, los bonetes, las tazas del té, todo era de papel; lo único que no era de papel era la alegría. Su presencia nos abarcó, y olvidamos por completo las palizas de mamá cuando venía de mal genio.


Así de agradable es conversar con el Marcelo, un tipo desprendido que lleva acá seis meses ya. Vino de Guayaquil, cansado del bullicio, la velocidad, y la putería como él la llama. Sí, el Chelo, como le llamo yo, es gay. Es que encima de pobre es gay. Tiene sífilis y hepatitis, ambas controladas, las contrajo cuando se prostituía en la 9 de Octubre, es que las ganas de estudiar y terminar el cole fueron las culpables. Y plata, no había.


Hablamos el otro día de política. Me dijo: “es que el hijueputa tiene propaganda. Desde que tengo memoria mi barrio nació sin agua, y hasta ahora sigue sin agua. Creo que para ese tipo de políticos, Guayaquil empieza en el centro y termina en el centro, por eso yo, no voto por ese.”


- Te admiro mucho, le dije. Yo me habría sentado a llorar, si a mí me hubiera faltado todo lo que por gracia he tenido, por eso estoy aquí, para aprender a vivir, eso le dije. Somos contemporáneos, pero vos tienes qué contar, por eso te admiro, porque sigues vivo.


Ahora trabaja en una compañía de limpieza, encargado de atender a los clientes, lo último que me dijo fue: “hasta para ser maricón hay que ser bien hombre, pero uno debe tener bien claro el cuadro de hasta dónde puede llegar”.


Mientras caminábamos por la Colón y 6 de Diciembre, mientras el frío de la noche invernal de Quito nos envolvía en su intimidad. Había un tipo parado en justo en la esquina, tenía pinta de riquillo,  y el Marcelo lo quedó mirando. Y me surgió una pregunta, le dije: ¿te gusta?, a lo que él me dijo: sí, pero ellos buscan los de su clase.


Es que en esta ciudad de mierda, encima de ser conservadora, no, no; hipócrita es lo que es, eso sí es. Ciudad misógina, ninguna “Carita de Dios”, careta retocada de un silencio violento, de un murmullo asesino de diferencias, que se niega a aceptar que existen otros, de esos que ven el mundo desde abajo.

Realizado por Gabriel Ayala

bottom of page