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Corea habla a través de su comida

Llegó el esperado 15 de Diciembre, de nuevo el cumpleaños de mami Eli pensé mientras buscaba en sus gavetas ropa abrigada. Sin encontrar nada entre las prendas como seguramente tampoco encontraría el detalle adecuado para la homenajeada me senté al filo de la cama para ver si venían las ideas. Era tradicional en la familia cada cumpleaños probar sabores diferentes, de cualquier rincón del mundo, habían probado el picante del chile en la comida mexicana, un rastro incaico común en la boliviana, la infaltable pasta italiana, paella acompañada de show de flamenco, musaca griega, incluso sushi cuando papá trabajaba en aquel restaurante y de postre ¡helado frito!, casi todo. ¿Había algo más por probar? Bien se hacía tarde así que salí apresurada esperando que en el pasar de las horas viniera algo a mi imaginación.


Eran ya las seis de la tarde y  estaba parada en medio de la lluvia esperando a mis padres para ir al lugar que me habían recomendado. Luego de 15 minutos los vi llegar y nos dirigimos a la avenida de los Shirys. Allí estaba aquel lugar, Bon’Ga. Sus paredes blancas como las piedras de pedernal con algunas decoraciones de madera a modo de barras que le daban un toque muy asiático como era natural. Era un restaurante de comida coreana.
Luego de contemplar por un par de minutos apenas la fachada ingresamos y en la puerta fuimos recibidos muy amablemente por un mesero que nos condujo a una de las mesas. Ahí todo estaba dispuesto de la manera más cuidadosa y pulcra, los cubiertos podían ser usados como espejo, en un sobre delgado de papel estaban los palillos que caracterizan a la cultura oriental. En el centro de la mesa había una especie de parrilla y unos bandejitas de cristal en las esquinas de a mesa.


La carta ofrecía una cantidad de platillos extensa pero como no sabíamos que era lo mejor pedimos al administrador, Kim, un coreano amigo de la mi hermana mayor que nos recomendara algo. Él amablemente nos ayudó a escoger
Mientras esperábamos llegó uno de los empleados con una bandeja de cerámica blanca que contenía unas toallitas húmedas y alientes que nos entregó con unas pinzas para que limpiáramos nuestras manos antes de traer la comida. Todo era tan especial, era como haber viajado en verdad miles de kilómetros hasta la verdadera Corea. Nos trajeron también a la mesa unas tacitas de hermosa decoración con té verde según nos dijeron con el fin de preparar al organismo y al alma para recibir los alimentos.
Empezaron a desfilar algunos platos y a posarse en la mesa. Todos se sirven al mismo tiempo hasta llenar la mesa de un follaje colorido de salsas, carnes y vegetales que humean. Todas las guarniciones se comparten pero el arroz y la sopa son personales. La sopa kalguksu era casi cristalina, adquirió un poco de color con una de las salsas pero eso sí de una exquisitez innegable, luego pudimos degustar un plato de Japchae que estaba hecho de “retazos” de espinaca, carne, verduras y fideos de boniato. Sobre este colocamos también una especie de estofado de un sabor agridulce. A continuación el mesero recomendó a mi madre que sirviera el Bibimbap, preguntamos por qué y él nos explicó que la cultura coreana escoge a la mujer mayor para realizar el reparto de este alimento que expresa el compartir. Este plato es como una recopilación de comidas, tiene arroz, carne, vegetales, huevo, mariscos y salsas.
Por último nos trajeron Mandú, unas empanaditas de carne que dieron fin a todo aquel ritual de olores y sabores. Al final tuvimos una larga conversación con Kim quien alegremente nos explicó el sentido de cada cosa, según dijo la comida coreana es una tradición que ha recorrido miles de años, cada alimento tiene una larga historia y un sentido, los sabores se logran debido a las condiciones de vida, a las estaciones e incluso al estado de ánimo por lo que es difícil imitarlos químicamente. Finalizó con una frase que recordaré cada vez que visité restaurantes coreanos “Para entender la comida coreana hay que entender la cultura coreana”.

Realizado por Michelle A. Calderón C

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