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¿Te atreves a no juzgar?

La espesa neblina recorre su psiquis, en la lejanía una pequeña niña semi desnuda se arrastra  entre alambres de cachos afilados. La pequeña sabe que la persigue una mirada invisible, que intenta detenerla. Esa mirada cada vez más real, más espesa, más punzante la despierta -¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? Dice ella atemorizada. Él, detenidamente, sólo la mira.


Desde ese momento la angustia le atormenta. Las mañanas ya no son tan esperadas, la emoción se desvaneció, ya no es como los días que ella le dijo que sí. Los recuerdos se  incrustan en su pensamiento y meditando observa que los ataque egoístas, que acarrea su ganado, no eran normales. Las rosas perdieron su color y
brotando su coraje le grito que necesita un tiempo. Un tiempo que solo se prolongó por pocos días. Tres para ser exacto, tres de alivio y tensión.



Casi recorría tranquila el nuevo respiro, hasta que los brazos temblorosos de él la envolvieron, siguió caminando acompañada de sollozos de arrepentimiento, al llegar a su casa se detienen y lo observa. La compasión le obliga a abrir la puerta y permitirle el paso para hablar. Ella sabe que no hay nadie en casa, su madre está trabajando. Los sollozos lentamente se fueron transformando en gemidos largos y complacientes. La culpa la invade tardíamente, provocándole retorcer su desnudez en las sábanas, no permite que él lo mire.


Evitarlo, evitarlo, evitarlo es su único pensamiento al pasar los días. Sin saber que en su interior la naturaleza sigue su flujo y que al mes siguiente de su cuerpo no se deslizan óvulos inservibles. En ese momento tus sordos lamentos, le agobian. Callada comienza a cargar su nueva culpa, piensa que las miradas le juzgan, los gritos de auxilio no traspasan su labio. Nombres le acompañan: Glanique y escalpe. Pero ninguno de ellos le ayuda.


Evitarlo no es suficiente, la casualidad los reúne. Él comienza a sospechar, los reclamos no se hacen esperara, uno de los gritos se detiene ante ella y le marca -No quieres, porque nunca me amaste- Se aleja sin regresar a ver, las amenazas no se detienen – A tu mamá le voy a contar- alcanzó a escuchar ella.


Abre la puerta, su madre ya esta en casa, aun no sabe nada, pero como madre ya sospecha. La decisión es tuya, le dice después de su larga conversa. Mil dólares le cuesta su decisión, La mitad le ofrece su madre y el resto son préstamos.


El centro histórico la acoge con su radiante color de historia. Según las indicaciones, llega a una casa vieja, donde se delataba pasos en todas  direcciones, como si el piso se quejara. La atiende, la preparan, todo está listo. La fría mesa la espera, se acuesta y la luz la enceguece. La marcha atrás no existe en su cabeza. Empieza todo, gritos que tratan de apagarse acompañan los raspones que cubren su interior. En la sala de recuperación, ella solo piensa que sus sueños ya no están truncados y que mañana todo será nuevo en su vida.

Realizado por Franklin Estevéz

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